Los riesgos de usar endulzantes en los alimentos (y cuánto es el máximo que podemos consumir al día)
Con la merecida cancelación al azúcar —cuyo abuso es una de las principales causas de la obesidad—, los edulcorantes se instalaron en gloria y majestad. ¿Pero qué tan bien (o mal) nos hacen? Esto es lo que se sabe de la estevia, la sacarina y sus semejantes.
Fuente: latercera.com
El azúcar es como el cambio climático de la nutrición: durante un tiempo existieron algunos negacionistas de sus efectos, pero ya casi no hay quien dude de las graves consecuencias que tiene su alto consumo en la salud humana. Hace al menos diez años, como muestra este estudio, hay suficiente evidencia para confirmar que al reducir la ingesta de bebidas azucaradas se reduce la prevalencia de obesidad y enfermedades asociadas.
Pero el humano es un animal de costumbres, y así como no parece muy posible que dejemos de emitir gases de efecto invernadero en el corto plazo —es que es tan cómodo comer carne y andar en avión—, tampoco se ve en el horizonte que nos descolguemos de nuestra adicción al sabor dulce.
¿Y por qué hacerlo, se preguntarán ustedes, mientras revuelven su té edulcorado con una decena de gotitas transparentes? ¿Para qué abandonar el instantáneo placer del dulzor, ese golpe de dopamina que nos levanta y derrite al mismo tiempo, si existen los milagrosos endulzantes?
No habrían muchos motivos para dejarlo, es cierto, como también lo es que estos productos —ya sea en polvo, pastillas o gotitas— tienen algo de acción divina: aportan dulzor a nuestras bebidas o recetas —hasta 500 veces más que el azúcar de mesa o sacarosa— pero sin las calorías que estas conllevan. Por eso se llaman edulcorantes no calóricos (ENC). Y por eso, también, la industria alimentaria se ha volcado de cabeza a ellos para reducir la cantidad de azúcar en sus productos, perder sellos de advertencia, y promocionarlos como libres de esta blanca perdición.
¿Pero qué nos tomamos cuando tomamos una bebida zero, un néctar sin azúcar añadida, un yogur batido carente de sellos o un queque sugar free? ¿Que no haya azúcar significa también que no hay riesgos?
No son tan malos (pero tampoco muy buenos)
Fue por accidente y hace casi 150 años que Constantin Fahlberg, un ruso que trabajaba entonces en la Universidad Johns Hopkins, descubrió el sabor dulce del ácido anhidroortosulfaminebenzoico, sacarina para los amigos. Entonces nada malo se decía del azúcar, pero con las décadas, y ante el aumento de enfermedades como la diabetes, este endulzante —y otros descubiertos después, como el ciclamato, el aspartamo o la sucralosa— comenzó a usarse intensivamente en productos mal llamados “dietéticos”.
“Los edulcorantes no calóricos no fueron pensados para bajar de peso”, dice Carolina Pye, nutricionista y docente de la Escuela de Nutrición y Dietética de la Universidad de los Andes. “Sí son beneficiosos para personas que no pueden comer azúcar, como diabéticos o resistentes a la insulina”, pero no hay nada en ellos que signifique un aporte nutricional.
¿Y no es suficiente con que no tengan calorías? No, porque basar nuestra dieta o alimentación en el conteo calórico es una mala idea, dice Verónica Irribarra, médico especialista en Nutrición y Obesidad de la Red de Salud UC Christus.
“La energía que consumimos es importante, pero más aún lo es el origen de esas calorías”, explica. Porque una bebida gaseosa cola puede no tener ninguna, pero no deja de ser un ultraprocesado: un producto que no aporta ningún nutriente. “No es lo mismo comer cierta cantidad de calorías masticando fruta que tomando un jugo procesado hecho en Estados Unidos; ni comerse un pan casero con palta que una barrita de cereales envasada”.
Pero centrémonos en los endulzantes. Como son algo relativamente nuevo —si bien la sacarina se patentó hace más de un siglo, hay otros que no tienen más 20 años y su consumo masivo es reciente—, no sabemos con certeza cuáles son sus efectos en la salud a largo plazo. “Está descartado que produzcan cáncer, algo que se decía en la década de los 70″, menciona Pye. “Pero lo que está siendo estudiado con más atención son sus efectos en la microbiota.
La microbiota intestinal es el conjunto de bacterias y microorganismos que habitan en este órgano digestivo, un grupo de millones de seres minúsculos que cumplen varios roles fundamentales en nuestra vida. Ayudan, entre otras cosas, a digerir lo que comemos, también a defendernos de bacterias malignas y además, como se ha ido demostrando en investigaciones recientes, a regular los estados de ánimo. Por lo tanto, mantener felices a estas bacterias nos hace felices a nosotros.
Pero se ha visto en estudios que consumir alimentos con endulzantes tiene efectos en la microbiota, reduciendo su diversidad. “Esto se puede traducir en malestares gástricos, distensión, diarrea o afectar el sistema inmune”, dice Pye.
Aún es difícil sacar conclusiones rotundas, puesto que falta tiempo de estudio; además hay muchos tipos de EDC y cada uno podría tener consecuencias distintas. “Algunos de estos efectos se dan con grandes dosis, pero cuando estamos tan expuestos a los ultraprocesados, no es difícil caer en un exceso de consumo de edulcorantes”.
Qué es el IDA (y cuánto endulzante es mucho endulzante)
Como todavía no hay muchas certezas respecto a los efectos que tiene el consumo de endulzantes no calóricos, los organismos regulatorios de cada país han establecido índices diarios admisibles (cuya sigla es IDA) para cada uno de los ENC autorizados. Esto significa, por ahora, que si no superamos ese límite no habría mayores riesgos para la salud. ¿Qué pasa si lo superamos? Quién sabe, pero mejor no saber.
En todas las etiquetas de ENC, ya sea en gotitas, pastillas o polvo, viene detallado el IDA: la cantidad máxima de miligramos por kilo de peso corporal que conviene consumir por día. O sea que para saber cuál es la cifra exacta para cada persona hay que resolver una operación matemática de varios pasos, algo que no todo el mundo se da el tiempo de calcular.